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Poesía en la Cárcel: una visita a la unidad 31

Coordinado por la poeta María Medrano (Buenos Aires, 1971), el taller se inscribe dentro de las actividades que promueve la Casa de la Poesía, a cargo de Daniel García Helder, en colaboración conjunta con la Dirección General del Libro del GCBA y la Secretaría de Justicia y Asuntos Penitenciarios del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos.

Apenas se perciben los pabellones a causa de la niebla. La Unidad 31 del penal de mujeres de Ezeiza es un borrón gris esta mañana de otoño. Allí permanecen detenidas gran número de mujeres que esperan el día del proceso o del cumplimiento de su sentencia para poder salir otra vez a la niebla del mundo.

Entre estantes con libros, sentadas en una larga mesa, toman mate mientras alisan con ansiedad los papeles con sus nuevos poemas. Cuando llega la coordinadora, empieza el taller de poesía al que asisten alrededor de quince chicas de entre veintipocos y cincuentaytantos. Es uno de los momentos más esperados de la semana.

“No estoy autorizada a usar mi nombre por razones judiciales. Aunque pueden llamarme PARVATI.”, dice una de ellas. Otras firman sin el apellido, no ponen nada y pocas se animan a dar su nombre completo. El mensaje es claro: el nombre, esa marca indeleble que diferencia a las personas, es convertido aquí en algo peligroso. De exponer la identidad es mejor cuidarse; hay hijos a los que no se les dice que mamá “está adentro”; no hay trabajos esperando por una ex - presidiaria el día que salga. Por respeto a esa precavida decisión no daremos nombres completos. A veces usaremos seudónimos, otras responderá a nuestras preguntas una voz colectiva.


Contra la despersonalización

Además de conducir las actividades del taller, María Medrano sumó a la biblioteca una pequeña colección para acercarle a las talleristas la poesía argentina contemporánea e invita poetas a visitar el taller, compartir con las chicas sus textos y sus experiencias con la escritura.

Con el antecedente de otros talleres de poesía en las cárceles, como el que dictó una vez la poeta Diana Bellessi (Zavalla – Pcia. de Santa Fe, 1946), el trabajo de escritura permite a estas mujeres recuperar una interioridad que el aislamiento destruye gradualmente.

El motivo por el cual se acercaron al taller es común a todas. Para Amanda fue una “aspiración de crecimiento”; para Mariana, una posibilidad de expresar mis sentimientos”. Las palabras de Parvati resumen la necesidad de la mayoría: “hago taller para evitar caer en el abismo de la despersonalización, de la infrahumanidad cultural”.

La metáfora crece y evoluciona en la confianza de Ester: “con la poesía aprendí que no importa tachar cuantas veces sea necesario para encontrarle un sentido”. El sentido quizás sea poder recuperarse como individuo, como ser social a través de un aprendizaje personal en el que la poesía aporta lo suyo.


Reflexionar sobre sí mismo

La cárcel deteriora el delicado equilibrio interior de las personas. Y el sistema carcelario parece desconocer una de las premisas básicas del psicoanálisis: repetir e incorporar. Una persona que no puede reflexionar sobre sus actos no puede modificar actitudes. Aquel que no es capaz de hablar de un tema, repetirlo hasta entenderlo y asimilar ese aprendizaje, no se mueve del punto de partida.

Por eso es importante el taller: porque las modifica, les devuelve las ganas de hacer introspección y deshacer la madeja de errores que las llevaron a estar presas, porque les permite extrañar con mayor esperanza lo que perdieron momentáneamente al poder convertirlo en materia versificable.

“El taller es un lugar de libertad. Me permitió avanzar sin miedos y descubrir que cuando uno quiere expresarse hay que mirar para adentro y encontrar la música del sentimiento. Y cuando una escucha esa música ya no está presa.” Susana no es la única que descubrió la importancia de la poesía en esa búsqueda interior. Usando seudónimo, Sol describe: “decidí empezar el taller de poesía para salir de estos cuatro muros, adentrarme en mí misma y no dejar que se muriera mi interior.”

Pero quizás la persona que mejor defina esa necesidad de introspección que exige la poesía sea otra chica, María: “La poesía es un espacio de reconocimiento y expresión. Observo mis escritos y ordeno lo que vivo y siento. La sociedad va contra reloj: se come la vida. Con la poesía se la degusta”.


El valor de la cultura

“En mi pabellón la gente es como islas: cada una en lo suyo... y la mayoría frente al televisor”, dice Alicia. Casi sin quererlo resume el estado de la cultura argentina. En la calle ocurre lo mismo: los medios de comunicación han logrado revertir el peso de nuestra empobrecida cultura para convencernos de que el conocimiento de la actualidad (el nombre de la actriz de moda, las infidelidades del cantante latino que triunfa en Norteamérica o la sexualidad controvertida de cualquier pobre diabl@) es lo que nos da asidero con lo real.

En gran medida, la capacidad de defender los derechos ciudadanos se adquiere mediante la educación, pudiendo relacionar las diversas cosas aprendidas y sacando de allí conclusiones. Aunque tampoco es desconocido para nosotros que el pueblo más dócil es el que carece de herramientas intelectuales para evaluar las acciones del gobierno. Estas mujeres leen libros y se leen entre ellas. Aprenden. Dice Verónica: “para enriquecer nuestra cultura debemos leer” y Parvati profundiza “la poesía mantiene y dinamiza la cultura en la sociedad”.

Para ellas adquirir herramientas de escritura representa la posibilidad de un futuro mejor. Sol afirma: “me di cuenta que vale la pena seguir peleando contra la discriminación social, porque la gente no sabe los por qué, los dónde de la cárcel”. Y escribir es un modo de organizar esos “dónde” y “por qué” para defender su tesis frente al otro, el que necesita entenderlos para no discriminar. El rol social que le asignan es muy importante: “sé que la poesía es trascendente, que puede transformar”, dispara Alicia con un idealismo digno de la más encumbrada literatura política.

Sin dar su nombre, una de las chicas relata: “cuando empecé el taller comprendí que yo también sabía: puedo desenvolverme en poesía”, confirmando que la literatura no es un espejismo reservado para unos pocos privilegiados. La cultura se vislumbra democrática por fin; es lamentable que lo comprendamos recién ahora, en un momento en el que se debate el estado terminal de la educación argentina.


Poesía para todos

Cuando les preguntamos cómo definirían qué es la poesía responden al borde de la experiencia religiosa: “no se puede definir: es todo y no es nada” (Sol), “un regalo espiritual que se hace uno a sí mismo” (María), “despertar a otra percepción de las cosas y poder decirlo” (Alicia), “es un escape hacia la libertad; cuando escribo nadie me dice lo que tengo que hacer o decir” (Mariana); alcanzando el paroxismo con un “poesía es una expresión de la experiencia vital creativa en la dinámica cultural. Axiológicamente está casi en el mismo nivel de la música por el aspecto auditivo que emana de su lectura (incluye, como la música: armonía, melodía y ritmo)” (Parvati).

Pero la idealización encuentra enseguida su límite cuando elaboran la lista de su gusto personal: Benedetti, Luis Chávez, Lugones, Amado Nervo, Martí, Baldomero Fernández Moreno, Whitman, Hernández, Borges, Mistral, Sor Juana, Violeta Parra, Lamborghini, García Lorca; hasta alcanzar la frescura de una declaración de principios: “cuando las cosas no están bien me gusta Pizarnik; Neruda cuando me enamoro”. Según Amanda, los libros de poesía llegan a los pabellones gracias a ellas, compartiéndolos a veces y siendo siempre bienvenidos y discutidos.

Ana nos cuenta: “siempre leí a los clásicos; pero con el tiempo, sin dejar de ser bellos, los sentí empalagosos. Hoy estoy descubriendo en la poesía actual la liberación de los sentidos”. Y es hacia ese tipo de liberación a la que apuestan, reconociendo el valor poético del aquí y ahora. “Con el taller creo haber recuperado una manera de ver el mundo del que antes percibía cada cosita: sombras, naturaleza. Y que acá perdí para soportar algunas (muchas) ausencias” dice María. Un tipo de poesía fuertemente ligada al detalle de lo cotidiano, que se relaciona con ese realismo transitado por numerosos poetas actuales al dar cuenta del vital aliento contemporáneo con que irrumpe estos textos evadidos de cualquier muro, reja o niebla que pretendan impedir su presencia simbólica en nuestras letras.


Walter Ch. Viegas


Buenos Aires

Con las mismas ansias
recorro tus calles
mi ciudad encontrada
en sombras, lejana
la cárcel trae
porciones escasas
muestras miserables
vienes de noche
cómplice, fantasma
a que te camine
con las mismas ansias
mi ciudad, mi amada.

Susana Q.

El túnel del tiempo
conmueve mi alma
susurra bajo el caparazón
de mis alas quietas, un fugaz
rayo ilumina las horas vividas
en un carnaval sin serpentina.

Julia Gómez


Vos, firme como un soldado
lambías tu helado de
chocolate blanco.
Este invierno se hizo sentir
la habitación con aroma
a vodka
bailando salsa desnuda
como siempre loca
loca de amor.

Blanca Thomas


Reflexión

Los tiempos de reflexión han llegado
son lentos y pausados, como las botas
que retumban en los pasillos enrejados
Como animalitos en el zoológico
las puertas se cierran detrás
con el golpe quejumbroso de almas secas
Son tiempos de espera y desesperos,
de recuerdos y falsas promesas.
Son tiempos de soledad acompañada,
de risas sarcásticas,
Solo es tiempo...y tiempo.

Ana Rosell

(fragmentos)


Muros...
Que me separan/ del mundo.../ de mi mundo...
De mi tierra...de mi sangre...
¡¿Desarraigo?!
¿Así se llama esto?


Me quieren...
Reinsertar en Sociedad,
Aislándome del Mundo...
¡Ud.! Señor...si, ¡Ud!
¿Cree...que/ esto es posible?...


Todos tienen derecho,
A gritar... hasta
El loro grita...
Nosotros...
Los presos, ni el código
De lejos podemos mirar...

Verónica Ciaglia

Contexto

Hace años que vivimos este amor,
cuando despierto de mi letargo,
tú estás a mi lado

En el equinoccio primaveral,
voy a la deriva
en un impetuoso mar de lágrimas

Que el acostumbramiento
no rompa el sortilegio, de
este sosegado idilio otoñal.

Amanda Battaglia

Shakira me acompaña
ulula su pelvis costa caribe
Pablo no duerme
las gordas lloran a Botero
Tirofijo navega el cáncer
de los pasos desplazados.
Por la aorta del Magdalena
Álvaro no navega,
se sienta en la mesa
los frijoles de su bandeja
lloran el hambre demacrado de Ingrid
Shakira me acompaña
Shakira pies descalzos
me acompaña
Monserrat me acerca:
“Padre Nuestro
queremos la paz”


Parvati

En blanco
y sin palabras
voy a jugar
a decir la verdad,
en el túnel de mentiras
donde nada va más allá
de las rosas incoloras
del muro de mi realidad.

Sol